UNO
Amo el crepúsculo. Amo los grandes espacios. Amo las siluetas de jinetes solitarios cabalgando hacia un horizonte infinito, bajo cielos majestuosos poblados por nubes pintadas de un solo trazo por la mano de Dios. Amo el polvo del camino que levanta el trote de los caballos antes de esfumarse en el aire. Amo a los hombres que beben a la luz de la luna y a los vaqueros que mascan tabaco y toman café mientras comparten sus sueños siempre aplazados alrededor de una hoguera. Me fascinan los hombres que se guían por la estrellas y la posición del sol, que se enfrentan solos (o en compañía) a la Naturaleza sin tener del todo claro cómo llegar a su destino, sin tan siquiera saber cuál es su meta ni si llegaran a ella, sin saber si su fin está cerca, tal vez más allá de esas montañas. Amo a los solitarios que crearon una civilización sin perder de vista su instinto primitivo, que es el que les mantuvo vivos hasta lograr morir como leyendas. Amo a los forasteros, esos individuos a los que se mira con curiosidad o recelo. Amo a los hombres nobles que se enfrentan cara a cara con sus rivales mientras los cobardes y los traidores amenazan sus espaldas sin que eso parezca importarles. Amo la serenidad y los reflejos del que se ha acostumbrado a enfrentarse a diario con la muerte. Amo los tipos duros, siempre tan atormentados y vulnerables. Amo a las mujeres con carácter que los aman enfrentándose a ellos. Amo a los héroes, sobre todo si están cansados. Siempre me ha gustado tener héroes. Y siempre he necesitado villanos a los que enfrentarlos. Digan lo que digan, hay que saber distinguir el Bien del Mal, ¡qué demonios! Sigue leyendo