La Estupidez Que Devorará Al Mundo

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¿Qué pensaría Andy Warhol si hubiese llegado a conocer la existencia de las redes sociales? ¿Cómo habría transformado o matizado su comentario acerca de los quince minutos de fama que le iban a corresponder a todo ciudadano de finales del siglo XX y posteriores? ¿Lo habría reducido a quince segundos? ¿O por el contrario lo habría ampliado a quince horas o quince años o quince siglos…? ¿Cómo pensaría si hubiese sido testigo de la irresistible expansión del sensacionalismo y el populismo hoy imperantes y del éxito de los reality show? ¿Le parecería la culminación del espíritu pop? Y lo que es realmente interesante, al menos para mí, ¿cómo valoraría la impresionante facilidad con que la imbecilidad se está expandiendo por el mundo?

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Una vez vi un documental en el que Warhol invitaba a William Burroughs a su casa a comer un lapin à la moutarde (conejo a la mostaza). Este último se mostraba especialmente idiota al despreciar con cara de pocos amigos un plato que yo degusto con regularidad porque me parece exquisito pero que para los dos figurones era un manjar poco menos que muy exótico venido de un país primitivo. La conclusión que saqué de los enervantes recelos y prejuicios del autor del Almuerzo desnudo fue que un idolatrado pope de la contracultura podía comportarse sin problema como un perfecto cateto. También leí una vez que la dieta alimenticia de Truffaut no variaba casi nunca y solía consistir en un filete de buey con patatas fritas. Mi dios reducido a un tipo soso incapaz de disfrutar con una buena comida y una alimentación variada. ¡Qué cosas!

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En los campos de concentración…

Dicen que el sentido del humor es el mejor antídoto que existe ante la adversidad. Como no he visto la celebrada La vida es bella (La vita è bella, 1997) de Roberto Benigni, confieso que paralizado desde que se estrenó por una pereza inmensa pero sobre todo por un profundo y oscuro pudor nacido de un prejuicio sin duda mal domesticado, aún me siento incapaz de imaginar hasta dónde es tolerable y puede ser eficaz recurrir al humor ante la existencia del horror. Lo digo porque en los últimos tiempos me he visto obligado a admitir que no tengo todo el sentido del humor que creía poseer, saturado por la incansable estupidez que percibo al abrir cualquier periódico, poner la radio o la televisión, pasearme -poco- por las redes sociales o cazando al vuelo conversaciones propias y ajenas en las terrazas de los bares. El problema no es que la estupidez exista, al fin y al cabo siempre ha estado ahí y todos corremos el riesgo de comportarnos alguna que otra vez como unos  verdaderos estúpidos. De hecho, si la estupidez no existiera nuestra conciencia no sabría apreciar la evolución de nuestra siempre limitada inteligencia, cuando va a mejor, claro está. No. El problema es que la estupidez parece haberse institucionalizado hasta el punto de que se le otorga sin complejos las mismas cartas de nobleza que a la inteligencia so pretexto de que la democracia permite la libertad de expresión a todos los ciudadanos, sea cual sea su nivel intelectual.

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Ya no sólo en Estados Unidos, Isaac…

No me malinterpreten, no estoy diciendo que haya que prohibir expresarse a nadie, lo que pretendo decir es que si un tipo cualquiera tiene derecho a decir bobadas yo defiendo con uñas y dientes el mío a expresar que lo que dice es o me parece una solemne estupidez. Llámenlo interacción si quieren. La saturación viene, pues, de la libre circulación y proliferación de estupideces a las que estamos expuestos a diario y que, sinceramente, creo que están influyendo para mal en nuestra convivencia, que es lo que vengo a denunciar y lamentar aquí. p_bambi_wpPara dejarlo claro, empiezo a temer que la educación, la política, las leyes, la prensa, la salud, el arte y cuantos elementos cimentan, modelan y refuerzan la convivencia social se vuelvan estúpidos sin vuelta atrás debido a una interpretación de los conceptos «tolerancia e intolerancia» que me parece errónea por poco rigurosa, nada exigente y sobre todo peligrosa dada la facilidad y la naturalidad con que se está asentando en las conciencias. Y eso es así porque cada día que pasa la estupidez viste más y más los ropajes de un buenismo perezoso y sin matices que personalmente me resulta nauseabundo. Ya saben, el suelo del infierno está pavimentado con infinidad de buenas intenciones. Y como Diderot soy de los que opinan que para hacer el bien lo primero de todo es hacerlo bien. Cuidar las formas, vamos, que es lo primero que suele olvidar y hasta despreciar la estupidez. Y eso sólo se consigue con una buena educación ¡diablos!

Denis Diderot, by Louis Michel Van Loo

Creo firmemente que la imbecilidad siempre ha sido el enemigo al que combatir sin descanso precisamente porque no descansa nunca y puede -de hecho lo hace- apoderarse de nosotros en cualquier momento y cometer daños irreparables, motivo por el que considero un deber mantenerse siempre alerta. A pesar de lo dicho se me sigue escapando la razón por la que la idiotez posee esa desconcertante capacidad de seducción y me aterra comprobar la facilidad con que se contagia. Ser comprensivo y hasta tolerante con la imbecilidad es ya empezar a ser imbécil porque es abrir la puerta a un tumor que suele expandirse con una rapidez letal. Usted, lector, se preguntará qué es para mí la estupidez. Bueno, hay muchas formas de estupidez, pero últimamente la veo a menudo en todos aquellos indignados apocalípticos que lanzan proclamas y cacarean consignas sin fundamento racional ni científico, ni intelectual ni moral guiados por supersticiones dignas de otros siglos. En los que se empeñan en confundir a los reaccionarios con los progresistas y a los progresistas con reaccionarios. También en quienes tienden a acusar, juzgar, condenar y linchar por su cuenta a cualquier desprevenido que les molesta sin darle ni tan siquiera la oportunidad de explicarse o defenderse, teniendo en cuenta que lo peor es que el sistema judicial empieza a dar crédito con demasiada ligereza a estas acusaciones inquisitoriales, rabiosas y habitualmente infundadas. Por no hablar de los autosatisfechos elegidos que pregonan a los cuatro vientos una superioridad moral que les da derecho a imponer su punto de vista y demonizar al disidente porque sólo ellos saben dónde se encuentra el bien. También están los narcotizados por la televisión basura (pleonasmo) y la propaganda, aborregados acríticos que se dejan llevar sin pararse a pensar  ni un solo segundo en nada que no sea descargar su rabia, sin olvidar a incultos y analfabetos que se permiten pontificar sobre materias de las que lo desconocen todo o casi porque viven convencidos de que la libertad consiste en llamar cultura a lo que tan sólo es opinión y por el contrario opinión a lo que son datos empíricos irrefutables. Podría añadir a los que utilizan la historia como arma arrojadiza para justificar y alentar el  rencor y alimentar el resentimiento y la revancha, pero estos serían más bien los malvados de siempre que juegan sin escrúpulos con la estupidez ajena para alcanzar sus fines. Los poderosos, vamos. Sin duda la estupidez acecha en más lugares pero como estoy saturado y agotado, ahí lo dejo.

El selfie, ese gran hallazgo.

Continuará…

2 comentarios en “La Estupidez Que Devorará Al Mundo

  1. Estos días están apareciendo una cantidad enorme de pretendidos juristas, que dicen saber de leyes aunque no las hayan estudiado. Y lo peor es que muchos de esos son dirigentes con sus mentiras y falacias, diciendo que se ha juzgado a todo un pueblo. Pues que quieres que te diga, yo no me he sentido juzgado, todo lo contrario. En esto último, creo que coincides conmigo. Un abrazo.

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