¡Oh, Jimmy!

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¡Oh, Jimmy! Tú, ángel fieramente humano. Tú, atleta helénico de hierático porte, fortachón púdico y sentimental. Tú, héroe íntegro y frágil. ¡Oh, Jimmy! Tú, que con una Katharine Ross tan joven como tú jugabais peligrosamente con un diablo llamado Simone Signoret. Tú, que vengaste a un viejo amigo con un sombrero ridículo y un cuchillo como únicas armas y que recitando a Lord Byron te hiciste amigo de una pareja de leyenda justo cuando entraban en el declive con señorial humor y exquisita melancolía. Ángel caído, convertido accidentalmente en un niño incapacitado para vivir entre unos adultos demasiado complejos y contradictorios. Ángel incomprendido que velabas con ímpetu, brutalidad y rabia por tu familia hasta dar tu vida por ella sin pensarlo dos veces. Tú, que supiste convertir la picaresca en grandeza de espíritu y ejemplo de responsabilidad al saltarte todas las reglas por amor a una prostituta y su hijo negro. Tú, que te peleabas sin parar con tu hermano chicano del alma para mejor demostrarle tu afecto. ¡Oh, Jimmy! Ángel caído y acorralado en las tinieblas de Dostoyevsky. Tú, que plantaste cara a un sistema más salvaje que el deporte que había creado para dominar a las masas, ante las que te reconvertiste en un héroe por huir del heroísmo, ya que eras la inevitable estrella. Tú, que llegaste medio muerto para volver a llenar de libertad y valentía un oeste crepuscular. Tú, que tenías unos hombros que iban más allá de los hombros, lo que no te impedían bailar con deliciosa soltura. Tú, orfebre con principios que te enfrentaste a un mundo metalizado que carecía de ellos. Tú, que enterraste con el corazón destrozado a los héroes a los que tú mismo formabas para enviarlos a la muerte en una maldita guerra. Tú, que sobreviviste a una loca que te salvó de la muerte para precipitarte en un infierno aún peor. Y todavía hay gente que duda de tu talento porque eras demasiado guapo y demasiado cachas. Pobres ignorantes. No hiciste mucho por conservar el aura divina que te hizo brillar en los setenta, autodestructivo como eras, y envejeciste prematuramente y mal. Aún así, nada me podrá hacer olvidar que siendo yo un joven ingenuo quería ser como tú, héroe idolatrado, héroe cercano, héroe irresistiblemente simpático cuando te enamoraste de Cinderella. Yo quería ser como mis héroes porque, al fin y al cabo, ellos me enseñaban lo que eran la nobleza de espíritu y la vulnerabilidad de la fuerza. Y tú tuviste un lugar muy destacado en ese olimpo intransferible que fue y es el mío. Los héroes se cansan, se desgastan y mueren alejados de la gloria. Y yo, una vez más, me siento un poco más viejo porque sé que mi tiempo ha pasado aunque siga aquí para rendirle homenaje. ¡Oh, Jimmy! Este es mi saludo, esta mi reverencia. Gracias por todo, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

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James Caan

(1940 – 2022)

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