Los Grandes Encuentros 11

anniehall

Woody admira a Marshall.

El cine no es periodismo, por  mucho que ese fuera el absurdo anhelo de Claude Lelouch, testigo vacuo de la pequeña nada, y sea hoy el de muchos periodistas y reporteros televisivos que se reciclan en documentalistas que a su vez se reciclan en panfletistas porque, como todos los predicadores, acaban siempre por confundir la Verdad con el Mensaje al que antes o después acaban por confundir con la Religión o la Ideología de las que nacen. El medio es el mensaje, decía Marshall McLuhan. Sigue leyendo

1975. Los Bodrios

«Desnortado» es poco adjetivo para calificar a los tres cineastas que, por desgracia, consiguieron verter sus respectivos, innecesarios e inenarrables subproductos en las pantallas del mundo mundial en el año que nos ocupa. Del primero, un tal Paul Annett, sólo sé que dirigió La bestia debe morir (The Beast Must Die, 1974) un engendro infumable en el que no pasaba nada aparte de que su coral reparto, capitaneado, hélàs, por Peter Cushing, ponía cara de circunstancias, gravedad, sospecha o bostezo según les picaba uno u otro omóplato. Sigue leyendo

1975. Desnortados Menores

También en esta ocasión toca hablar de películas más o menos fallidas, pero sin sorpresa para mí ya que sus respectivos autores nunca me parecieron nada del otro jueves a pesar de tener en su filmografía algún que otro título de lo más respetable, convertido más de uno en un clásico popular. Así, el turco Henri Verneuil, venerado como pocos en su Francia de adopción como responsable que es de la mítica El clan de los sicilianos, consiguió batir todos los récords de taquilla con la desigual Pánico en la ciudad (Peur sur la ville, 1975), genuino producto al servicio del querido, infatigable y siempre generoso Jean-Paul Belmondo, aquí en la piel de un policía de métodos tan rudos como espectaculares que va creando un laborioso cerco alrededor de un asesino en serie, un psicópata moralista que pretende eliminar a todas las, según él, mujeres ligeras de cascos que siembran el vicio por la capital francesa. Sigue leyendo

El Alpinista Pluriempleado

¿A qué se debe que Jonathan Hemlock (Clint Eastwood), un seductor pero modesto profesor de Historia del Arte cuyo sueldo no debería dar para mucho, pueda permitirse coleccionar un sinfín de obras maestras de la pintura universal, posea una envidiable discoteca de incunables del jazz en sus ediciones originales y disfrute, además, de una deslumbrante bodega compuesta por los más exquisitos y costosos vinos de Burdeos y Borgoña? La respuesta nos la dará casi de inmediato un albino que vive enclaustrado como  un vampiro llamado Drago (Thayer David), inquietante cabecilla de una oscura organización aparentemente relacionada con el mundo del espionaje, que en el pasado solía recurrir a Jonathan para encargarle algún que otro asesinato siempre muy bien remunerado. Hace ya tiempo que Jonathan abandonó tal actividad, pero la agencia acaba de perder a uno de sus agentes en Suiza y el sibilino Drago se empeña en que Hemlock descubra al asesino y acabe con él y le obliga a aceptar el encargo sirviéndose de las artes más mezquinas, en las que es un ducho maestro. Sigue leyendo

En El Lado Equivocado De La Ley

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Artista siempre inquieto, vitalista impenitente, Kirk Douglas tenía ya 57 años cuando se lanzó de cabeza a la aventura de dirigir cine. Lo hizo con una revisión de La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson en clave de western titulada aquí Pata de palo (Scalawag, 1973), sobre el papel una original apuesta narrativa que pasó con más pena que gloria por la falta de pericia de un Douglas que no dejó de imponer, eso sí,  su siempre magnética presencia como un trasunto de John Silver trasladado al salvaje oeste. Sigue leyendo